Las cestas de Navidad cobran vida el 23 de diciembre, un día antes de Nochebuena. Son alegres y reparten felicidad a todas las familias. Solo piensan en cómo contentar a adultos, jóvenes y niños en los días más mágicos del año.
Sin embargo, este año una cesta de Navidad cobró vida un poco de antes y, muerta de miedo y sola, sin sus compañeras las otras cestas de Navidad, se dio cuenta de que era más pequeña que otros años. La cesta, que todavía no tenía nombre propio, asustada, se quedó en una esquina, pensando que se quedaría así de pequeña toda la eternidad y que entonces, no podría cumplir con su cometido: hacer feliz a los demás en las fechas que estaban por llegar.
Después de varios días en la oscuridad, la pequeña cesta recibió una visita, ¡la visita del espíritu de la Navidad! Este le dio una gran lección, le recordó que debía luchar para crecer, que si deseaba ser mayor y cumplir su sueño no podía quedarse atemorizada en una esquina.
Armándose de valor, aunque sin perder todavía el miedo, se puso a recorrer los pasillos de la fábrica donde había cobrado vida, la fábrica de Sierra de Padelma.
¿Cuál era la buena noticia? Esos pasillos estaban llenos de productos de todo tipo: ibéricos, vinos, dulces, conservas, licores, galletas… Productos que ayudarían a la cesta a ser mayor. Ella, con los ojos como platos, empezó a vislumbrar cada producto, su ubicación, todas las variedades…
¿Cuál era la mala noticia? Qué la cesta no tenía ayuda y era muy pequeña para alcanzar esos productos. ¡Ella sola no podía alcanzar ninguno de ellos para lograr hacerse más mayor!
Ni el ingenio le ayudó a alcanzar los productos de los pasillos que tanto anhelaba para crecer. Todos esos productos a su alcance y no podía llegar a ellos. Eso le entristeció más todavía, le hizo sentirse más pequeña. Pero ella no se rindió, se quedó por los pasillos esperando un milagro: el milagro de la Navidad.
La pequeña cesta, lejos de tirar la toalla, recordó la reciente aparición del Espírito de la Navidad, que optimista no solo le dio una gran lección, también le animó a confiar en el milagro de la Navidad, advirtiéndole que cada año, algunos privilegiados son afortunados y pueden beneficiarse de un milagro.
El espíritu de la Navidad le proporcionó la paciencia necesaria para esperar por los pasillos, donde el mismo día 23 de diciembre cobraron vida el resto de cestas de Navidad, cestas compañeras que pudieron ver lo pequeña que era ella.
Alguna cesta, de manera irónica, hizo algún comentario desafortunado, pero en general todas se unieron para ayudarla antes de que llegará el día 24. El gran conjunto de cestas no permitió que la minoría de cestas se metieran con la cesta protagonista de este cuente por ser pequeña y diferente, y entre todas idearon el mejor de los planes: subirse unas encimas de otras para alcanzar cada uno de los estantes e ir, además, seleccionando los mejores productos para la cesta pequeña.
Escogieron el mejor de los vinos, escogieron el mejor producto ibérico, el mejor aceite, los mejores dulces… Nutrieron la cesta con los mejores manjares de nuestra gastronomía, de forma que la pequeña cesta de Navidad no solo se convirtió en la cesta mayor que había soñado ser, también en la mejor y más valorada. En la cesta capaz de hacer feliz a cualquier familia.
Lo más valioso que podemos extraer de ‘La cesta de Navidad que quiso ser mayor’ es que la paciencia, la solidaridad y el compañerismo pueden hacer feliz al que tienes al lado y que, sobre todo, en estas fechas es mejor no olvidarse de estos grandes pilares que sostienen gran parte de la vida.
La cesta pequeña se alejó de las esquinas oscuras para descubrir dónde estaba cada producto y apoyándose en sus compañeras, solo en aquellas positivas y de buen corazón, logró ser lo que siempre había soñado.
El día 24 de diciembre, todo el conjunto de cestas de Navidad llegó a las casas de las familias previstas para hacer feliz a cada uno de los miembros de la familia. Un trayecto más o menos largo que cada cesta logró superar para cumplir con su función en Navidad: hacer feliz a los demás.